Para construir edificios verdes, empieza por uno antiguo
A las empresas les encanta presumir de nuevas construcciones con lujosas características ecológicas. Para una arquitectura verdaderamente ecológica, lo mejor es construir sobre estructuras ya existentes.
Si vas a Estados Unidos y llegas a estar en un edificio de oficinas de nueva construcción, escudriña las paredes visibles desde la entrada. En cuestión de segundos, es casi seguro que vas a encontrar una reluciente placa circular con una hoja en relieve. Estará coronada por las palabras «LEED Platinum«, a veces “Gold”, “Silver”, o simplemente “Certified”.
A finales de los 90 y principios de los 2000, la designación LEED, concedida por el Consejo de la Construcción Ecológica de EE UU para reconocer el liderazgo en el diseño energético y medioambiental, solo era venerada en el mundo de profesionales de la arquitectura que se dedican a reducir el impacto del carbono en el entorno construido. Pero la era del ecoblanqueo corporativo, por el que las empresas usan marketing verde de forma poco ética para tratar de generar una percepción positiva del mercado afín a las causas ambientales) ha transformado LEED en una insignia de estatus. Las recientes construcciones de Apple Park, Google Bay View y Salesforce Tower ostentan medallones LEED Platino, y es probable que el HQ2 de Amazon en Arlington, Virginia, obtenga también una placa Platino cuando se inaugure.
La proliferación de placas LEED podría sugerir que se han resuelto los problemas para hacer que los edificios sean ecológicos. Si se examina una propuesta de estructura de una gran empresa, se encontrarán himnos a las propiedades biofílicas (que aman la vida) que animan a las plantas a crecer en un edificio, a los sistemas de reciclado de agua y al vidrio fotovoltaico transparente. Hoy en día, la tecnología de la construcción sostenible puede ser una auténtica locura. Un compuesto de madera llamado Mass Timber puede sustituir al acero y al concreto, de altas emisiones, que suelen necesitarse para enmarcar los nuevos rascacielos.
Pero a pesar de estas innovaciones, los proyectos de construcción más sostenibles no parten de cero. Reformar los edificios antiguos, poco queridos y poco sofisticados que pueblan la mayor parte del paisaje urbano, tiene más poder para reducir de forma significativa las emisiones de carbono, los residuos y la contaminación del entorno construido. Incluso si se sustituyera un edificio antiguo por otro nuevo y muy eficiente, se tardaría entre 50 y 80 años en compensar el impacto de la construcción», asegura Ian Zapata, responsable mundial de transformación y reutilización adaptativa de edificios del estudio de arquitectura, Gensler.
El edificio más sostenible es el que ya existe
Las reformas importantes pueden requerir entre el 50% y el 75% de las emisiones de carbono de una nueva construcción, refiere Zapata. Por eso, el edificio más sostenible es el que ya existe, y ahora mismo hay muchos disponibles. La crisis del mercado inmobiliario de oficinas en EE UU, provocada por el cambio al trabajo desde casa. ha llevado a muchas ciudades a incentivar la reutilización adaptativa, es decir, la renovación de estructuras existentes para convertirlas en nuevos edificios con fines distintos. Una de las versiones más populares es la conversión de oficinas en viviendas en lugares donde el centro de la ciudad se ha convertido en una ciudad fantasma.
La reutilización adaptativa no siempre es fácil, barata o popular, y puede resultar difícil convertir el parque de oficinas existente en viviendas adecuadas, aclara Uwe Brandes, director del programa de planificación urbana y regional de la Universidad de Georgetown. Un bloque de oficinas de concreto es difícil de convertir en apartamentos con ventanas; del mismo modo, un centro comercial de dos plantas plantea serios problemas a una empresa que busca una torre de oficinas.
Pero quizá no haya mucho más que hacer con estas estructuras parcial o mayoritariamente abandonadas. Derribarlas por completo sería peor económicamente y para el planeta. «La gente tiene que aceptar que va a tener que perder dinero para conservar algún valor», advierte Brandes. «Es una conversación muy incómoda».
Si no puedes contra el carbono, incorpóralo
Si los planificadores urbanos y las personas propietarias de inmuebles pueden superar esa conversación, la reutilización adaptativa es una gran victoria para el clima. Las emisiones asociadas a la creación y eliminación de materiales dentro de estructuras existentes se conocen en el sector como carbono incorporado.
Para tener una idea de la escala, el entorno construido mundial contribuye a cerca del 40% de las emisiones mundiales de carbono, con aproximadamente una cuarta parte de ese carbono incorporado. El World Green Building Council calcula que, entre 2020 y 2040, el parque mundial de edificios se duplicará para dar cabida al crecimiento de la población. Sin un aumento drástico de la reutilización adaptativa, esto significa un enorme aumento del carbono liberado por la destrucción de edificios antiguos y su reproducción con otros nuevos.
En cualquier estructura existente, los materiales básicos, principalmente el concreto de los cimientos, el acero de las vigas y la madera de los suelos, requieren emisiones de carbono para su creación, conformación, transporte y montaje. Los elementos de madera también capturaban y almacenaban carbono, cuando estaban vivos como parte de árboles.
Derribar una estructura existente significa desperdiciar toda la energía empleada en la creación de sus materiales. La propia destrucción también requiere energía, y los materiales de desecho deben trasladarse a vertederos. Si a esto añadimos la energía y las emisiones necesarias para fabricar, transportar y ensamblar los materiales de un edificio nuevo, es fácil comprender que aprovechar lo que ya está construido es la opción más sostenible desde el punto de vista medioambiental.
Susan Piedmont-Palladino, directora del Centro de Arquitectura Washington-Alexandria de Virginia Tech, habló con WIRED desde el interior de un edificio de oficinas que encarna esta premisa. Se construyó en 1909 como escuela primaria para niñas: «Es un edificio de ladrillo, pero la estructura del suelo es toda de madera que se habría talado a principios del siglo XX», explica. «Aquí estoy, sentada en este edificio, con ese carbono encerrado y útil. Si lo demoliéramos, todo ese material tendría que ir a un vertedero o a recuperación».
Ahora es posible cuantificar las toneladas métricas de carbono que pueden ahorrarse al no construir desde cero, lo que puede ayudar a persuadir a los clientes o planificadores para que opten por la opción más ecológica. La mayoría de las empresas de arquitectura e ingeniería tienen ahora acceso a programas informáticos como OneClick LCA o EC3, que pueden simular escenarios para reutilizar materiales y estructuras existentes en un nuevo proyecto. Este software también puede utilizarse para evaluar el valor económico de los viejos cimientos, concreto, aluminio, madera y otros materiales, y planificar cómo incorporar piezas de la estructura existente. Si una estructura no puede salvarse, a veces los materiales pueden reutilizarse. Por ejemplo, un tipo de concreto puede descomponerse y convertirse en otro.
«Se trata de una práctica cada vez más habitual», declara Christopher Pyke, vicepresidente del US Green Building Council y profesor de urbanismo en la Universidad de Georgetown. «Ahora, las placas LEED de los edificios nuevos y relucientes pueden reflejar que no todo en una nueva construcción es nuevo o que la estructura se ha reutilizado por completo a partir de un edificio antiguo.
Edificios como bancos
Un concepto adoptado por algunos arquitectos europeos considera los propios edificios como bancos de materiales: estructuras que almacenan y guardan materiales para su uso futuro. Algunos edificios se diseñan para que sean más fáciles de demoler despué, de modo que se pueda acceder fácilmente a los materiales para nuevos proyectos.
A Piedmont-Palladino, aunque le intrigan los bancos de materiales, le atrae más la idea inversa: construir para una permanencia duradera pero adaptable. Para que la arquitectura sea más sostenible hay que cambiar la mentalidad de la gente.
«La arquitectura se ha apresurado a derribarla y convertirla en algo nuevo. Cuanto más se asocia la arquitectura con las tendencias y la moda, más peligrosa se vuelve. Lo mismo ocurre con el diseño urbano», advierte. «No son las últimas personas que van a estar relacionadas con este edificio».
Tomemos como ejemplo el último proyecto de Ludwig Mies van der Rohe, uno de los arquitectos más importantes del siglo XX pero cuya popularidad está desapareciendo. Creó un estilo moderno, minimalista, de «piel y huesos», que dio forma a los paisajes urbanos estadounidenses de los últimos 25 años del siglo XX. La Biblioteca Martin Luther King Jr. de Washington, uno de sus últimos proyectos, no se terminó hasta tres años después de su muerte, en 1972.
«Pasó por el crac bursátil de la reputación. Todo el mundo la amaba y luego todo el mundo la odiaba», recuerda Piedmont-Palladino. A principios de la década de 2000, la biblioteca estaba abandonada y era vilipendiada por prestatarios y bibliotecarios, debido a sus oscuros espacios, estrechos e inutilizables. Cuando el sistema de bibliotecas solicitó propuestas de renovación, muchos en DC pidieron que se demoliera y se reconstruyera desde cero. Piedmont-Palladino, miembro del comité de selección de nuevos arquitectos para el proyecto, fue uno de los muchos que se opusieron, tanto por motivos de sostenibilidad como de estética: «Es difícil amar a Mies. Pero, ¿realmente íbamos a demoler este proyecto que representaba la llegada del modernismo a Washington?».
Al final, no lo hicieron. La biblioteca, que reabrió a finales de 2020, luce reluciente y nueva. Los arquitectos añadieron madera, curvas, ventanas y sonido, haciendo que el lugar sea cálido y hermoso en lugar de austero e intimidante. Pero la estructura conservó su fachada de Mies, su historia, y su carbono incorporado.
Este artículo se publicó originalmente en WIRED. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.
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