Un paso al frente hacia una economía neutra en carbono
Las naciones signatarias del Acuerdo de París (AP) enfrentan en Katowice una cita clave para el futuro del mismo y, por tanto, del planeta: en la COP 24 debe acordarse la implementación técnica para dar cumplimiento a todas las demandas del Acuerdo. En París se marcaron los objetivos. En Katowice, deben marcarse las reglas para su consecución.
Pero, como el secretario general de Naciones Unidas decía en la cumbre One Planet, “todavía no estamos ganando la guerra contra el cambio climático, el desafío definitorio de nuestro tiempo”. Y no lo estamos haciendo porque las naciones signatarias siguen sin transformar las palabras en hechos.
A pesar del hito que constituyó el acuerdo alcanzado en París, no dejan de acumularse noticias e informes que apelan a la necesidad de ir más allá.
No se trata únicamente de que se sucedan datos que no invitan al optimismo, como que los últimos cinco años hayan sido el período más caluroso desde que existen registros o que 2017 haya registrado el primer aumento de las emisiones de CO2 en tres años. El reciente informe especial sobre el calentamiento global presentado por el IPCC pone de manifiesto que existe un alto riesgo de que con las trayectorias de emisiones actuales y las contribuciones realizadas el calentamiento global exceda los 2 grados. No obstante, e incluso si el aumento se limitara a 1,5 grados, los patrones climáticos y los eventos extremos en océanos y tierra firme implicarán riesgos para los ecosistemas y las sociedades más extensos que en la actualidad. Si no se limita el ascenso de las temperaturas a 1,5 grados, se registrará un 10% más de días con temperaturas extremas, un 25% más de ecosistemas afectados o un incremento del 50% del estrés hídrico mundial, con millones de seres humanos desplazados por su causa.
Recientemente, el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA) acaba de publicar un nuevo informe –basado en el del IPCC– que reporta la brecha existente entre las contribuciones determinadas a nivel nacional (INDC, por sus siglas en inglés) y el objetivo del AP. El informe coincide en las mismas conclusiones y las mismas alertas que el IPCC: la reducción de emisiones programada para 2030 no es suficiente para alcanzar el objetivo de limitar el calentamiento global a menos de 2 grados. Es más, advierte de que para 2100 es muy probable un aumento de la temperatura mundial de al menos 3 grados, incluso si llegaran a cumplirse las contribuciones actuales. Para no alcanzar los 2 grados es necesario triplicar los esfuerzos (y quintuplicarlos para el objetivo de 1,5 grados).
A estas advertencias han venido a sumarse las contenidas en los informes sobre cambio climático presentados recientemente tanto por la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) como por la Agencia de Protección Ambiental estadounidense (EPA). El informe de la AEMA muestra que el aumento del uso de energía renovable y la mejora de la eficiencia energética se está desacelerando en la Unión Europea, poniendo en cuestión poder alcanzar los objetivos marcados. Por su parte, el informe de la EPA detalla los devastadores efectos del cambio climático en la economía, la salud y la biodiversidad, aunque la administración Trump no quiera verlo.
El único aspecto positivo de estos informes es que constatan que aún es técnicamente posible lograr el objetivo de mantener el aumento de la temperatura muy por debajo de los 2 grados.
Esa es la realidad que enfrentamos en Katowice. Y ello exige una reacción a la altura porque no puede dilatarse más la adopción de las líneas directrices que hagan posible el cumplimiento de lo acordado en París: de ello depende que puedan monitorearse los compromisos nacionales, que puedan compararse los esfuerzos y atajarse las brechas tanto en la ambición de partida como en el cumplimiento, que puedan adoptarse medidas correctivas y acciones políticas concretas e inmediatas.
Pero no se trata solo de monitorización. Crucial es canalizar la financiación necesaria a los países más vulnerables, la transferencia de tecnología prevista, el fortalecimiento de sus capacidades para mitigar, adaptarse y combatir los efectos más extremos, la inversión para crear empleos y facilitar una transición justa en las zonas afectadas.
En todo ello, los europeos tenemos un relevante papel que jugar. Si algo se ha demostrado la Unión Europea a sí misma es que un compromiso político firme y un marco normativo adecuado pueden derribar dogmas profundamente asentados como que crecimiento económico e intensidad energética caminan juntos: tal y como ha constatado la AEMA, desde 1990 hasta 2017, la UE ha reducido sus emisiones un 22%, sobrepasando su objetivo del 20% para 2020, mientras aumentaba su PIB más de un 58%. Hoy, la economía europea usa menos energía, de forma más eficiente y con menos emisiones, mientras sustituye carbón (y también nuclear) por energías renovables, cuyos costes se han desplomado.
Y ese es el camino a seguir.
Tal y como Parlamento Europeo y Consejo hemos acordado recientemente, no es tiempo de conformarse y de limitar nuestra capacidad para anticipar esfuerzos. He ahí los acuerdos en las Directivas de energías renovables y eficiencia energética, donde la presión ejercida por el Parlamento ha logrado elevar los objetivos hasta el 32% y 32,5% respectivamente, incluyendo cláusulas de revisión al alza en 2023, todo lo cual va a permitir incrementar desde ya nuestros objetivos de reducción de emisiones del 40% a más del 45% en 2030, allanando el camino para alcanzar los más altos objetivos para mediados de siglo.
Partiendo de esta base para 2030, la Comisión Europea acaba de presentar sus propuestas para establecer la estrategia europea de descarbonización a largo plazo. Ahora se abre un debate para que los europeos establezcamos el camino hacia una economía neutra en carbono en la segunda mitad de siglo. La Comisión indica en su propia propuesta que este objetivo es factible y rentable (con beneficios estimados de hasta el 2% del PIB para 2050 en comparación con la línea de base). No hay excusa posible para no llevarlo a cabo.
Europa está dando un paso al frente. Pero Europa representa menos del 10% de las emisiones mundiales. Es necesario, por tanto, un compromiso global. Como decía Antonio Guterres, “estamos en guerra por la existencia misma de la vida en nuestro planeta tal como la conocemos”. No podemos fallar. No habrá una segunda oportunidad.
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